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11 agosto 2006

Ya no me importan las ratas

Cuentacuentos...donde nacen las historias


- Por una vez, sé egoísta y piensa qué quieres para el resto de tu vida -le decía ella mientras no dejaba de llorar. Cony se tapó la cara cuando me vio llegar al salón
-¿Qué pasa aquí? – me encontré con una extraña situación. –Cony, ¿estás bien? ¿Se puede saber por qué estás llorando? ¿Sobro aquí; quieres que me vaya un rato?
-¡No!; quédate – dijo Galán – a mí me da igual.

Ante una situación así, la catarsis sobrevuela en esencia dejándome un halo de misticismo y de una intuición golpeante, la síntesis no se valida; es decir, me voy de aquí…No creo que me equivoque, Galán necesita a Cony, y ella lo sabe.

-Me voy a la casa, a mi ruina. Por cierto, creo que me van a dar trabajo en breve. Hasta luego

Ninguno de los dos hizo gesto ni voz, “me voy de aquí que empieza a apestar”, Cony llorando, diciendo estupideces, una sola estupidez, típico de quien no abre su coraza. No quiero pensar en nada. Me voy a la torre, me voy a poner; pero antes voy a dar un paseo por el centro. El otro día me tropecé con Rafa, un antiguo amigo, al saludarle hice un gesto inconsciente, una mueca de desprecio sonriente, dando libertad a la mirada oculta tras las oscuras gafas. Ha pasado tanto tiempo desde que estuve en la cárcel por su culpa (aunque él crea que fue mía) que ya ni me acuerdo de las ratas. Es como levantarse de la cama y sentir el paso de grandes ratas grises, el cuarto infestado de una sórdida suciedad, de dentro a fuera, tu cuarto se ha convertido en un universo biótico donde están prohibidas las leyes, te dejo que vengas a matarme, pedazo de cabrón. Ya no me importan las ratas, les saludo con sonrisa de desprecio

Ojo por ojo, adolescencia, diente por diente, mente desinhibida, miedo, trastornados convivientes en cincuenta metros cuadrados. Al menos yo he tenido la necesidad de apartarme siendo enseñado por un maestro, pero no lo ven con buen ojo las-autoridades- educativas-advierten: no siga con su diversión. Pero soy un obseso de romper la realidad que percibo

Últimamente pienso mucho en mi cobardía. Puedo enfrentarme a la ansiosa respiración, a las caídas, al dolor acuciante de estómago, a la vida vacía de entregas; pero no puedo criar a mi hija. Me acuerdo de ella, pero sé que está bien, no tiene edad para recordar nada de su madre Anabel, y mis padres la crían; sé, además, que mi hermana Marla vive en casa con ellos por su sobrina. Me dijo que cuando la mira me ve a mí, que tiene mi mirada; yo no veo nada, sólo quiero que la críen diciéndole que tiene un hermano llamado Alberto, Papo para los amigos, siempre seré su ángel de la guarda y quien más le quiera. Sangre de mi sangre, sangre de Anabel

Ya no me importan, no me importan las ratas, sólo la soledad querida que serena la herida. Alejados del desamparo en el que nadie ayuda. Que no os importen las ratas; más a mi favor

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