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Esta historia continúa en http://nocturnidades-veniales.blogspot.com

11 agosto 2006

Diarios desde la torre. Rictus cuentacuentos

Cuentacuentos... donde nacen las historias

El rictus de la muerte. El envío a nadie de una carta al cielo o al averno.

Recuerdo tu sonrisa de niña esculpiendo la mía, haciéndome a tu forma, modificándome con tus sensualidades y crueles destellos. Ahora, después de siete años, conservo tu sonrisa, tu obra, mi sonreír fuerte, y mi zurrón, mi carcajada. Ahora no estás pero te sigo cantando en silencio entre versos y recuerdos, nocturnidades veniales lleva tu esencia, la que esculpiste como el escultor al Laocoonte, soy canto de rabia y muerte, ¡muerte! No me asusta la vida gracias a tu ser en mí, aunque en el cielo, sigues en mí, soy tu alter ego, y soy yo al mismo tiempo, tu esencia, tu sexo en mis sueños, no me desencajo y recuerdo que me dijiste que aunque jóvenes teníamos derecho a morir; siempre pensabas igual, diplomática y sanguinolenta; cuerda y violenta; cuerda y viga te vieron morir. Pero yo les cuento que fue un accidente de moto, que te desangraste; creo que así hubieras querido desaparecer; por eso me fui de ahí, y en mi regreso sin alma te vi , con el arábe rictus de la dama negra, congelada y sin un estertor, o último halo que sentir de ti. Mi última voluntad fue verte de nuevo, pero fallé, ¿creo en el cielo?, creo en los seres, en el tiempo, único objeto de conocimiento, te conozco en el espacio, ahora sólo quiero en el tiempo, humores mortecinos rasgando el canto de un joven viudo hecho de nervio, sangre, humores y viento, mi elemento, antes fui fuego y llamas, hoy , recuperando el olvido soy viento, y me deslizo fluyendo cada vez distinto al momento venidero, que llega, música poética del recuerdo, mi pasado, una muerte que dejó deseándome su frío aliento sobre mi cuello. Y a los dieciocho, cuando ya era adulto oficial, viajaste mil jodidas millas para estar bajo mi tutela y beneficio durante dos años trabajando como una mula hasta que nos cansamos de la dieta, y empezamos a dar mordiscos y grandes sorbos, tantos que caíste porque caí yo, pensaba que me protegerías pero tus fuerzas fueron desenmascaradas y vimos desaliento, te vi hundida, y me culpé pensando que mi alma aunque joven estaba corrompida y vírica. Me escapé de ti escapando de mí, entoné el quiero que me quieras quiero en mi huída y eso me valió la mayor herida, y digo Dios, por qué nos has abandonado, ¿no fuimos justos y soñadores, no nos hizo huir la enfermedad al encuentro del alma herida?, la tuya, Anabel, mi infancia sin mi mejor amiga, mi adolescencia amándote, y la juventud sexuada y sentenciada por el rictus de la muerte.

Y ahora vivo en la torre, como un activista, antes lo hice como un ermitaño suicidado antes del rocío de las mañanas que veía emerger del río ebro, entre neblina y acomodo pero ebrio, escribiente y dosis de sabor amargo suficientes. Ya sin ti mi amiga, anduve buscando el filo, pero un amigo me salvó en el ultimátum de mi ego y voluntad de ser para desaparecer, él me salvó, y ,después, tu recuerdo volvió a ser el de antes, mi nuevo resplandor, mi zurrón he dicho, mi alzado puño por convicción de nunca desertor y siempre soldado al mando. Tu personalidad, me dije, me ha marcado, te tengo dentro, así me convertí en Dovo en esa metamorfosis de meditaciones metafísicas con hipótesis sintéticas, la nueva fe. Creo en ellas, son mi nuevo cristal de percibir atento, mi adiós al cobarde y al mito del control racional sobre los sentimientos.

Ya no me hablo con tus padres, ni con los tuyos ni con los propios, vivo de una herencia y desde que volví a mi ciudad tras tu final triunfante, he tenido varias experiencias entre ellas la amargura siempre pegada una temporada y algo así como el cariño y la amistad salvando mi mente de la nada. El primer año casi me arranco la piel a caballo de un hada, una hermosa dama, Prometeo a caballo, cabalgadura hacia el frondoso bosque cuando las luces emiten débiles retintineos y acompañan mis pasos el recuerdo, mi zurrón y mi dios, el apacible pensamiento del descubrimiento. Y así la tranquilidad me embarga y me cubre por las noches sin yo pedírselo, y recuperando el olvido, ahora, te recuerdo y brotan de mi vida palabras de viento, me has resucitado tú sin vida y yo medio muerto, te quiero en mi mente con voces de entonces, de fuego.

Me alegro de haberte tenido y tal vez sin saberlo encarnaste mi pensamiento y tuya es mi obra. Igual que tú me hiciste fuerte yo te hice tal vez para el sufrimiento y para la muerte, soy sincero, te amé como a una madre, yo era Edipo sin complejo, a tu lado, la sexualidad que me diste en mis sueños aparece tan a menudo como lo quiera mi deseo de volverme condoliente al onírico reencuentro, tu esencia me pertenece pero después retorna el pausado y melancólico conflicto al poco tiempo: viviendo en el pasado cada vez acepto menos el tormento, ya no lo quiero, pero siempre estás en mi fluido momento a momento.

Te escribo una carta por vez primera, no pude hacerlo desde el infierno, y lo hago ahora desde la torre, donde te recuerdo sin dolor testigo del averno.


El rictus de la muerte entronca con una historia en proceso. Con esto me deslizo al origen del dolor del personaje principal, la primera época de la torre, que aún no está escrita, pero sí la salida de la torre al piso de sus abuelos, etcétera. Eso sí está escrito, aunque en bozetos. Con la Torre pretendo ir escribiendo eso, bocetos de lo que será.
Esta entrega tal vez aclare algo sobre Papo, el personaje principal. Por cierto, yo me llamo Sakro·, y soy el narrador nada más.

Papo· (desde la torre)

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